Para los patriotas, Roma es la capital incuestionable de una Italia unificada, pero el Papa no renuncia al patrimonio de San Pedro.
Napoleón III, aun siendo partidario de la unidad italiana, se opone a la anexión de Roma por el rey de Italia, para no irritar a la opinión pública católica francesa. Este apoyo al Papa es posible gracias a la presencia de una guarnición francesa en Roma desde 1849.
En un primer momento, en 1862, París obliga al gobierno italiano a oponerse a la toma de Roma por Garibaldi, cuyos voluntarios son dispersados en Aspromonte.
En 1864, parece haberse encontrado un acuerdo. Napoleón III promete apoyar la incorporación del Véneto y, a su vez, Víctor Manuel se compromete a respetar los Estados del Papa y traslada su capital, de manera simbólica, de Turín a Florencia.
No obstante, tras la incorporación del Véneto el asunto romano vuelve a ser prioritario, y Napoleón III se opone a Garibaldi cuando éste intenta de nuevo ocupar la ciudad. El enfrentamiento se produce en Mentana el 3 de noviembre de 1867 y deja, en los italianos, un profundo resentimiento hacia Francia.
Tres años más tarde, la guerra franco-prusiana obliga a los franceses a retirar su guarnición de Roma. Ahora sí, la ciudad puede convertirse en la capital de Italia, mientras el Papa se declara prisionero en el Vaticano.