El comercio a través del Mediterráneo no empezó con las cruzadas pero estas últimas provocaron una reconfiguración de los intercambios marítimos.
A principios del siglo XII, gracias a los cruzados, varios puertos del litoral sirio pasaron bajo el control de los latinos, lo que favoreció la instalación de mercaderes provenientes de Venecia, Pisa, Génova, Amalfi, así como de Marsella y Barcelona.
Al mismo tiempo, estos comerciantes continuaron con su estrategia de implantación en varios puertos orientales, sobre todo en Egipto y en Magreb, así como en Constantinopla.
En esos momentos, la navegación se hacía por cabotaje, de puerto en puerto, sin cruzar realmente el mar, por eso era primordial tener varios puntos de apoyo posibles a lo largo de estos itinerarios de navegación.
Por lo tanto, estas comunidades de mercaderes se disputaban duramente entre ellas para obtener, por parte de los poderes locales, privilegios a la vez jurídicos y fiscales que las protegieran y que apoyaran sus actividades comerciales.
Los puertos de Oriente eran el punto nodal de un comercio mundial. Los mercaderes latinos venían a buscar oro y esclavos provenientes de África subsahariana, así como especias y seda, provenientes de Asia. Allí, a pesar de las repetidas prohibiciones del poder papal, vendían madera, hierro, sal, telas y armas.
En 1204, en la cuarta cruzada, los latinos lograron conquistar el Imperio bizantino: Venecia recuperó amplios territorios que le permitieron consolidar su red comercial. A finales de siglo, también afirmó su autoridad en la isla de Chipre. Poco a poco, la ciudad creó un verdadero imperio marítimo que le aseguró un lugar clave en el comercio mediterráneo.
En cuanto a los genoveses, prefirieron ocupar el Mar Negro, crearon numerosas bases comerciales a lo largo de las costas y, de esta manera, obtuvieron un monopolio sobre los intercambios de mercancías que pasaban por este espacio marítimo.
Bien que los éxitos de los cruzados ayudaron a los mercaderes cristianos, es sorprendente ver que las derrotas no les molestaron tanto. Efectivamente, los mercaderes supieron adaptarse y los nuevos poderes como los ayubíes, luego los mamelucos y los otomanos, necesitaban demasiado de ellos como para expulsarlos.
En ese mundo de comercio e intercambios, todo era una cuestión de redes. En los puertos de Magreb o de Egipto, los judíos ocupaban generalmente puestos claves: hablaban varios idiomas y los contactos con sus correligionarios les permitían crear asociaciones y redes en las que circulaban informaciones, recomendaciones y mercancías valiosas.
Mediante sus intercambios permanentes, los mercaderes contribuyeron a hacer del Mediterráneo medieval un mundo vivo y dinámico.